jueves, 1 de noviembre de 2012

Razón de Estado - Giovanni Botero


Estado se define como el dominio instaurado sobre los pueblos. Los Estados se pueden dividir según su tamaño y según le continuidad de su territorio. De acuerdo con su tamaño se dividen en pequeños, medianos y grandes. Los medianos son los más convenientes pues no están expuestos a la fuerza de los grandes (como los Estados pequeños), ni provocan envidia ajena (como los grandes). A pesar de ser la mejor opción, son de poca duración pues el príncipe nunca se conformará y querrá engrandecerlo.
Según la continuidad de su territorio se dividen en continuos y discontinuos. Los continuos son más fuertes y estables pero propensos a la destrucción. Esto debido a que el aumento de riquezas trae consigo los placeres y vicios. Por otro lado, los discontinuos son menos fuertes ante los extranjeros pero conllevan varias ventajas. Como este territorio no puede ser tomado todo al mismo tiempo, da ventaja a las demás partes para ayudar a la parte invadida. Al mismo tiempo, no es propenso a discordias internas pues es difícil que los descontentos se difundan rápidamente. En conclusión, un Estado discontinuo puede ser débil ante los extranjeros pero si sus partes logran unirse y ayudarse mutuamente, lograrán prevalecer.
Habiendo explicado qué es el Estado y las formas que pueden tomar, es necesario explicar qué es la razón de Estado. Este concepto refiere al conocimiento necesario para fundar, conservar y engrandecer el dominio.
Se necesita conocer las tres causas que llevan a la ruina al Estado: las internas, las externas y las mixtas. Las internas se producen cuando el príncipe no tiene la capacidad de manejar el Estado, cuando hay crueldad hacia los súbditos, cuando existe concupiscencia y cuando hay ambición o envidia por parte de los grandes. Las causas externas o extrínsecas refieren a los extranjeros. Son causadas por los engaños y el poder del enemigo. Por último, las causas mixtas refieren el momento en que los súbditos se alían con el enemigo para derrocar al príncipe.
Del mismo modo, uno de los fundamentos de cualquier Estado es la obediencia de los súbditos. Para conseguir esto, el príncipe debe ser superior en virtudes porque, de lo contrario, nadie querría someterse ante un ser inferior.
Además, la conservación de un Estado se ve en peligro con las guerras. Las guerras pueden ser con los extranjeros o con los mismos ciudadanos del Estado. La última división se subdivide a su vez en guerra civil y rebelión. En cualquiera de los casos, el príncipe debe evitarlos con la adquisición de amor y reputación entre sus súbditos.
Para adquirir el amor de los súbditos es necesario ejercer la justicia y la liberalidad. La justicia, el fundamento de la paz, se ejerce asegurando a cada quien lo suyo. Hay dos partes de la justicia: rey-súbdito y la justicia entre súbditos.
Para lograr la justicia entre rey y súbditos, se requiere: No pedir más impuestos por encima de lo que puede otorgar el pueblo, no dar a los magistrados la capacidad de subir los impuestos, hacer una distribución equitativa de los sueldos y los privilegios, reconocer públicamente los servicios de los súbditos y elegir a los magistrados de acuerdo a sus habilidades y no por amistad.
Para asegurar que exista justicia entre los súbditos, es conveniente mantener al Estado libre de fraudes y violencia. Para esto se requieren magistrados para enjuiciar y sentenciar. Es necesario asegurarse que los magistrados sean súbditos pero que no vivan en ese mismo lugar, pues es muy fácil que se deje llevar por afectos.
Una vez elegidos los magistrados, se tiene que asegurar su integridad. La mejor manera de hacer esto es disfrazando al príncipe y que él mismo vea e intervenga en las audiencias. Además, para conservar a los magistrados se necesita darles un buen salario, castigarlos si reciben regalos, hacerlos obedecer las leyes y no darles libertad absoluta de decidir sobre algún caso.
Hemos hablado de la justicia, ahora hablemos de la liberalidad. Ésta se ejerce al utilizar el dinero para el bien público; es decir, para sacar de la pobreza a los necesitados y para estimular la virtud. En el último caso, al estimular las virtudes de los súbditos se logra un engrandecimiento del Estado y un avance en las artes y en la ciencia. Se debe tener cuidado con la liberalidad porque si se abusa de ésta las finanzas del Estado decaerían.
Una vez obtenido el amor por parte de los súbditos, se requiere obtener una buena reputación. Para la reputación se requiere prudencia, que es la inteligencia, y el valor, que es la fuerza.
Para ser prudente, el príncipe debe conocer de moral, del arte militar, de los medios naturales y de las experiencias. Aunque hay experiencias propias y de las personas vivas, las más valiosas son las de la gente muerta pues nos otorgan mayor campo de estudio.
De la misma manera, el príncipe sólo debe fiarse de los lazos creados por el interés, debe ocuparse de los pequeños desordenes porque podrían agravarse, no debe hacer cambios repentinos en un Estado nuevo, necesita mantener una buena relación con la Iglesia, debe detener la guerra con sus súbditos pues sólo ocasionaría desobediencia y rebelión, al momento de la guerra, necesita tener paciencia para debilitar al enemigo, no debe admitir a ninguna persona extranjera en el Consejo de Estado, no puede fiarse de los ofendidos porque siempre buscan venganza y siempre debe tener discreción son sus proyectos a fin de evitar que sus enemigos los intenten impedir.
Para conservar un Estado, es necesaria la religión. Ésta es el fundamento de todo principado porque hace que los súbditos sean obedientes. La cristiana es la religión más conveniente porque domina a la persona física y mentalmente.
Por ser la religión de tanta importancia, no se debe permitir la expansión de los infieles o los herejes. Para lidiar con ellos se necesita convertirlos, mediante escuelas o enviando predicadores. Si no quieren ser convertidos, es necesario evitar rebeliones. Las maneras de evitar esto son: quitando su ánimo (fatigarlos con trabajos pesados y destinándolos a oficios viles), debilitando sus fuerzas (privándoles de dinero) e impedir la unión entre ellos (fomentando sospechas e inseguridades entre ellos, prohibiéndoles reunirse y dispersar o trasladar a otros países)
¿Por qué es tan importante alejar a los infieles y herejes? Porque si éstos logran convencer al pueblo de dejar de obedecer a la Iglesia o a Dios, podrían convencerlos de no obedecer al príncipe.
Además, los actos eclesiásticos ofrecen un buen entretenimiento a la gente del Estado. Otros tipos de entretenimiento son las empresas civiles (construcción de hospitales, caminos, acueductos, puentes etcétera) y las empresas militares (ampliación del Imperio, la riqueza y la gloria). Estas últimas son las más convenientes porque levantan el ánimo y mantienen a todos pensando en éste.
Si a pesar de los esfuerzos, surge un tumulto; el príncipe necesita analizar su posición. Si se encuentra en ventaja debe usar la fuerza, remediar desde el principio el problema y quitar a los líderes para evitar la propagación. Si por lo contrario, está en desventaja, éste no debe alejarse del lugar y debe castigar a los rebeldes.
Asimismo, siempre hay que protegerse de los enemigos externos. Para lograr esto se necesitan fortalezas en lugares estratégicos, instauración de colonias (pues aunque sus resultados son lentos, son los más seguros), creación de guarniciones (siempre mantenerlos ocupados para evitar levantamientos), atacar primero en la guerra (aunque si no hay suficientes recursos para llevar la guerra, se debe echar a un enemigo poderoso), usar las divisiones internas del principado para usarlos como espías, hacer alianzas con los vecinos  del enemigo o con los que envidian sus riquezas, con la elocuencia disuadir a los demás para atacar al poderoso y fortificar al ejército cuando otros estén en guerra.
Ya nos ocupamos de cómo conservar un Estado, ahora toca el turno de cómo ampliarlo. El príncipe necesita saber administrar los recursos y utilizarlos para un buen fin, para el bien público. Del mismo modo, necesita saber ocupar y aumentar los ingresos del Estado. Los ingresos pueden ser ordinarios, los cuales son producto de la agricultura y la industria, o extraordinarios, obtenidos por las condenas, confiscaciones, tributos, pensiones y  honorarios. Además, el Estado sólo debe pedir prestado cuando sea realmente necesario, pues los préstamos con intereses son la ruina de muchos.
Para engrandecer al Estado es necesario dedicarse más a la industria que a la agricultura, debido a que cuando das cierto proceso a un producto éste se vuelve más caro. Por tanto, un buen príncipe debe apoyar a todo aquél que se dedique a esta actividad económica.
Igualmente, es conveniente asegurar el crecimiento de las fuerzas del principado. Para lograrlo se necesita  convencer al ejército de que la causa es justa, alejar a los soldados del hogar (para evitar pasiones humanas), disciplinarlos a tal punto que prefieran irse a la guerra, premiar para incitar el bien, castigar para reprimir el mal, recordar y engrandecer siempre a los muertos de guerra, ponerlos en situaciones de necesidad (para aumentar su valor) y asegurar al soldado que, si queda lisiado o muere en la guerra, el príncipe se ocupará de su familia.
Por otra parte, muchas de las cosas descritas en esta obra se relacionan con la situación actual. Por ejemplo, cuando menciona que para engrandecer el valor en una guerra se debe convencer al pueblo que la causa es justa, me recordó a Estados Unidos. En toda su historia bélica, sus intervenciones han tenido siempre una justificación.  Justificaciones, inventadas o no (eso es otra historia), que han convencido fervientemente a su pueblo de lo válido de su intervencionismo. Incluso lo han llegado a considerar justo y correcto.
En definitiva, la obra de Botero nos presenta conceptos que en su época fueron revolucionarios. Es el primero en tomar en cuenta las finanzas del Estado, en preocuparse de los impuestos, en hablar del bien público y en considerar el papel de la religión.
En cuanto a mi opinión, puedo decir que esta obra me pareció mucho más completa que El Príncipe. Abarca aspectos, como los mencionados en el párrafo anterior, que ni Maquiavelo estudió. Además, es una obra que, aunque fue escrita en un país y en una situación completamente distinta a la nuestra, se relaciona mucho con México. Por ejemplo: cuando menciona que se debe cuidar las finanzas públicas y por tanto, sólo se deben dar dadivas a los merecedores, me recordó al Gobierno del Distrito Federal. El PRD ha emprendido demasiados proyectos, como Prepa Sí, Universidad Sí, ayuda a los adultos mayores, comedores comunitarios, etc. Debemos pensar si el Estado podrá sustentar tales proyectos, y si sí lo hace, cuál será el costo.
Por otra parte, reflejó exactamente la situación de la clase media mexicana cuando menciona que no se puede pedir más impuestos por encima de lo que puede otorgar el pueblo. Afirmo lo anterior porque dicha clase es la que tiene el peso de los impuestos y la que no recibe ningún tipo de ayuda por parte del Gobierno. La elite mexicana hace de todo para no pagarlos y la clase baja vive a expensas de los programas populares (pagados con los impuestos de la clase media).
Bibliografía
Giovanni Botero, La razón de Estado, pp. 91-185

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